Fui criado en la Iglesia Presbiteriana y me enseñaron que Dios era omnipotente, omnisciente, eterno, inmutable, benevolente y que ya sabía todo lo que haría, a pesar de que tengo libre albedrío y, por lo tanto, soy culpable de ejecutar el programa que él estableció para mí. Me enseñaron que Dios es un Dios personal e interviene rutinariamente para alterar los efectos para que no necesariamente sigan las causas.
Las ruedas comenzaron a caerse de esa creencia cuando asistí a un Colegio Bíblico evangélico y me di cuenta de los giros ridículos de la lógica y las contradicciones lógicas que mis maestros predicaban para sostener el andamiaje desvencijado de sus creencias. Entonces fue leer y estudiar La Biblia lo que hizo en fe por mí.
Cuando me volví hacia el escepticismo y la ciencia, me di cuenta de que Dios puede no ser falsificable, pero intervenir en causa y efecto sí lo es. Buscando la evidencia de que esto suceda, simplemente no está allí. Y los estudios de oración por la curación muestran que, en el mejor de los casos, no tiene ningún efecto y, en el peor, en realidad muestra una correlación negativa.
Si hay una deidad, esperaría que se pareciera más a la deidad de Einstein y Spinoza, un dios relojero que comenzó a correr el Universo y estableció las constantes físicas en su lugar, luego se recostó para verlo correr.
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