Según el DSM (Manual de diagnóstico y estadística de la Asociación Americana de Psiquiatría), la psicopatía es un término que a veces se usa para referirse al Trastorno de personalidad antisocial: personas que “ignoran o violan los derechos y las consideraciones de los demás sin remordimiento”. Algunos psicólogos distinguen entre la psicopatía y la sociopatía, donde se presume que el primero tiene raíces genéticas mientras que el segundo se atribuye a la crianza familiar u otras causas contextuales externas (una distinción entre naturaleza y crianza). Pero ‘psicópata’ no es un término normalmente utilizado por psiquiatras o psicólogos. Principalmente es una referencia de psicología popular a cualquier persona que sea agresiva, orientada a sí misma y que muestre una brújula moral débil.
Todos pueden beneficiarse de la meditación, aunque sin duda el camino del desarrollo espiritual para alguien que sufre un trastorno de personalidad antisocial sería algo diferente y único. Algunos aspectos del desarrollo espiritual tendrían que pasar por la puerta de atrás, por así decirlo; en el sentido budista de las “tres joyas”, tendrían que descansar más fuertemente en Buda y el dharma, porque no entenderían la importancia o la relación adecuada con la sangha (comunidad espiritual). Sin embargo, el problema es que las personas que padecen APD tienen pocos incentivos para el desarrollo espiritual. El tipo de cosas que llevan a las personas no desordenadas a una vida espiritual (miedos, dudas, traumas, ideales, deseos de una mayor conexión o comunión, etc.) simplemente provocan agresiones y autograndecimiento en personas que padecen APD. Cuando las personas con APD ingresan al mundo espiritual, es más probable que sigan el modelo de ‘culto’: tratar de establecerse como el líder espiritual en un grupo pequeño y cerrado; algo que valida su sentido de ser superior y les ofrece una cantidad excesiva de control sobre otras personas. Eso no sucede a menudo, pero sucede lo suficiente como para crear una sensación generalizada de paranoia … C’est la vie.